En 1951 un pelirrojo pequeño llamado Ken Beeton se cayó en el río Manning en Australia. Tenía dieciocho meses de edad. Un niño de nueve años llamado Ken Gibson andaba por allí, vio al niño ahogándose, y heroicamente se las arregló para rescatarlo.
Pasaron 70 años, y Beeton, con 71 años, decidió averiguar qué le pasó a su rescatador. Rastreó la pista de Gibson, que ya tiene 78 años y los dos se reunieron cara cara en una reunión muy emocional. “No hubiera estado aquí de no ser por él, así que estoy diciéndole gracias,” dijo Beeton emocionado, a lo cual Gibson sonrió y respondió: “De nada.”
Hoy en día, en las organizaciones es fácil pensar en excusas para no intervenir en los problemas de algún colaborador; como líder puedes razonar que no tienes el tiempo, ni los recursos técnicos y emocionales o quizás físicos necesarios. Incluso podrás cuestionar si tu intervención será bien recibida por tu colaborador.
En tanto que todo lo anterior parece ser una justificación válida para no intervenir en un problema que observes claramente, el buen líder reconoce el apuro de su colaborador y deja a un lado todas las excusas; para hacer lo que puede para ayudar.
Si eres buen líder, la situación adversa de tu colaborador te moverá a la compasión y de allí a la acción; esto te permitirá como líder rescatar a tu colaborador del camino errado en forma oportuna.
Además si recuerdas bien, alguien en tu carrera profesional hizo eso por ti, ahora te compete hacer lo mismo por otros como líder, estando siempre alerta para ver maneras de suplir las necesidades de tu colaborador.
Cuando mires los problemas que atraviesa tu colaborador con ojos compasivos, no lo verás meramente como demandas de tu “valioso tiempo y recursos”, sino como buenas oportunidades para compartir tu aprecio y experiencia con tu colaborador.
Y recuerda lo que dijo el sabio Salomón por si se complica la situación: “La comunicación amable calma el enojo; las formas groseras de hablar lo enciende más...”
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